El cambio climático afecta el ciclo del agua y agrava las sequías, inundaciones y la escasez. Urge una gestión sostenible del recurso para proteger la vida, la seguridad alimentaria y mitigar desastres
El agua es el espejo en el que el cambio climático se refleja con mayor crudeza. Sequías prolongadas, lluvias extremas, inundaciones que arrasan con todo a su paso y glaciares que se derriten a un ritmo vertiginoso son señales claras de que el ciclo natural del agua está siendo alterado. Como explica la ONU, “la mayor parte de los impactos del cambio climático se reducen al agua”.
Este recurso vital, del que apenas el 0.5% es agua dulce utilizable, enfrenta un escenario alarmante: en los últimos veinte años, el almacenamiento de agua terrestre ha disminuido a un ritmo de un cm por año, según la Organización Meteorológica Mundial (OMM). Las consecuencias son claras: se pone en riesgo el acceso al agua potable, la producción de alimentos y la estabilidad de ecosistemas enteros.
Menor calentamiento global ayudaría
Actualmente, cerca de dos mil millones de personas en el mundo no tienen acceso a agua potable segura, y alrededor de la mitad de la población mundial experimenta escasez de agua al menos una vez al año.
“Limitar el calentamiento global a 1.5 °C en vez de hacerlo a 2 °C reduciría aproximadamente a la mitad la proporción de la población mundial que se espera que sufra escasez de agua”, advierte el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), aunque también señala que el impacto varía según la región.
Uno de los fenómenos más desconcertantes es la contradicción climática de “más humedad, menos agua”. El aire caliente retiene más vapor de agua, lo que intensifica la evaporación desde océanos, lagos y suelos. El resultado: sequías más severas y una presión mayor sobre el suministro de agua potable y la agricultura. Además, cuando ese aire cálido y húmedo se enfría, desencadena lluvias o nevadas más intensas, generando tormentas extremas que, paradójicamente, también arrasan con infraestructuras hídricas.
El Observatorio Terrestre Lamont-Doherty de la Universidad de Columbia documentó otro efecto preocupante: “una mayor humedad hará que las temperaturas más altas en el futuro sean insoportables en algunos lugares, al bloquear los efectos refrescantes de nuestro sudor”. Es decir, no solo peligra el acceso al agua, sino también la vida humana en regiones donde la humedad se vuelve asfixiante.
Medidas que exigen voluntad
Aunque el cambio climático afecta el ciclo del agua, las soluciones existen, pero requieren voluntad colectiva. Los humedales, por ejemplo, actúan como sumideros de carbono y barreras naturales ante fenómenos extremos. También filtran y almacenan agua, y protegen comunidades costeras frente a marejadas. En tanto, estrategias como el riego por goteo y la agricultura climáticamente inteligente permiten un uso más eficiente del agua.
Además, los sistemas de alerta temprana pueden marcar una gran diferencia. “Una alerta de 24 horas sobre la llegada de una tormenta puede reducir el daño resultante en un 30 por ciento”, asegura la OMM. Invertir en infraestructura hídrica resiliente al clima no solo evitaría pérdidas humanas y económicas, sino que podría salvar la vida de más de 360,000 bebés al año, según estimaciones del Nuevo Informe sobre Economía Climática.
En definitiva, cuidar el agua no es solo una acción ambiental, es una urgencia vital. De ahí que hacer lo imposible por proteger este elemento sería vital para nuestra supervivencia . Porque el agua, al igual que el cambio climático, no espera.